Han pasado ya un par de meses desde la recuperación de la llamada “esfera de Buga”, un objeto que continúa generando interés, preguntas y expectativas. Sin embargo, hasta la fecha, no se ha hecho público ningún informe técnico descriptivo o análisis integral del objeto que permita comprender mejor su naturaleza y origen.
Sabemos que se han realizado estudios, entre ellos algunos en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cuyos resultados han sido entregados a quien los solicitó. Esperamos que estos informes puedan ponerse a disposición en el corto plazo, de manera que toda la comunidad interesada —científica, técnica y ciudadana— tenga acceso a información verificada que sirva de base para nuevas ideas, interpretaciones o propuestas metodológicas.
En este contexto, parece necesario comenzar a pensar en la organización de una investigación estructurada, con criterios de transparencia, colaboración y distribución clara de responsabilidades. ¿Quién decide qué pruebas se realizan? ¿Con qué criterios? ¿Quién tiene acceso al objeto? ¿Cómo se comunican los resultados? Estas preguntas no buscan generar controversia, sino precisamente evitar malentendidos y favorecer la legitimidad del proceso.
Casos como este, que captan la atención pública y científica, requieren liderazgos abiertos y éticos. Por ello, quizás sea oportuno considerar el rol de instituciones académicas como garantes de ese equilibrio. Separar funciones de comunicación, análisis técnico y toma de decisiones puede ayudar a preservar la credibilidad del proceso y evitar confusiones innecesarias.
Cabe también valorar el gesto de haber cedido la esfera sin condición, con un espíritu de apertura hacia la investigación. Esa intención merece ser correspondida con una gestión que refleje ese mismo espíritu: rigurosa, compartida y responsable.
Como ocurre en otros contextos, a veces el entusiasmo inicial necesita complementarse con estructuras sólidas que lo sostengan. Parafraseando una conocida escena cinematográfica, quizá este sea el momento de reconocer que “necesitamos una embarcación más grande”. No por dramatismo, sino porque el reto que tenemos frente a nosotros amerita una ciencia más amplia, más generosa y mejor organizada.